Desde la vereda, la tienda de armas parece una casa de familia. Al subir una escalera, apenas cruzar una entrada a un costado, se lee un mensaje escrito con tiza en una pared pintada como un pizarrón: "Estamos todos juntos en esto". Arriba aguarda un arsenal: rifles de asalto, escopetas, revólveres y pistolas, colgados o alineados en vitrinas, uno al lado del otro.
"Ésta es la de James Bond", explica Tom, uno de los vendedores, mientras levanta una pistola Walther PPK, arma primordial del personaje de Ian Fleming.
En el mostrador de vidrio hay tres armas más: una pistola Glock y dos revólveres, un Smith & Wesson, al que se le puede colocar una mira láser, y un Charter Arms, el más pequeño, que desentona: es verde. Tom dice que es una "buena primera arma", al ser sencilla de utilizar.
Tom, un ex policía, lleva un revólver en el cinturón. Puede hacerlo: la tienda está en Virginia, uno de los estados norteamericanos donde es legal portar armas de mano a la vista, o, con un permiso, "ocultas". Tom lamenta que en Washington -capital del país, donde la marihuana es legal, pero las leyes sobre armas son más duras- esté prohibido. "Ahí están el monumento a [Thomas] Jefferson, a [George] Washington. Es donde todo empezó, y no puedo llevar mi arma", dice, mientras sacude la cabeza.
En Estados Unidos, las masacres que se repiten por todo el territorio, como
la última en Las Vegas, parecen no ser motivo suficiente para detener el apego a las armas: todos los años se venden millones. En 2016, las ventas fueron récord, según datos del FBI. Este año han disminuido, pero, así y todo, ya superan a las de años recientes, como 2010 o 2011, y duplican a las de una década atrás. En 2009, ya había alrededor de 310 millones de armas, según una estimación oficial.
En Virginia, los requisitos para adquirir un revólver, una pistola o un rifle de asalto semiautomático, como los que tenía Stephen Paddock, autor de la masacre de Las Vegas, se cuentan con una mano: ser mayor de 18 años, vivir en Virginia, tener una licencia de conducir del estado y pasar un control de antecedentes, que puede tomar unos minutos o un par de días. Nada más.
El control se realiza a través del Sistema Nacional Inmediato de Verificación de Antecedentes (NCIS, según sus siglas en inglés), una base de datos del FBI. Activa desde 1998, fue creada por una ley que lleva el nombre de James Brady, que quedó en silla de ruedas tras recibir un balazo en el intento de asesinato a Ronald Reagan, de quien era secretario de prensa. El sistema rastrea, entre otras cosas, si un potencial comprador tiene antecedentes penales, o un historial de enfermedad mental o de uso de drogas.
Un dato, surgido de ese sistema, muestra el afán por las armas en el país: en 2016, el FBI realizó 27.538.673 verificaciones, un récord del sistema, que superó al anterior, de 2015. El tiempo promedio de respuesta fue siete minutos y medio.
"Si sos extranjero, o te llamás John Smith, que es un nombre bastante común, puede llegar a demorar un par de días. Si no, es rápido", explica Tom. Luego, mira a un cliente que completa un formulario, y afirma: "Saldrá de acá en 20 minutos".
El sistema tiene lo que aquí llaman "lagunas". El FBI no verifica ventas "persona a persona", en ferias y a través Internet, o en tiendas sin licencia. En 2013, tras la matanza de Sandy Hook, los demócratas trataron de cerrar esas lagunas con un proyecto ley que buscó universalizar los controles. La poderosa Asociación Nacional del Rifle se opuso, y los republicanos lo bloquearon.
Las armas dividen al país. En Montana o Wyoming es común ver a gente vestida con ropa de camuflaje, y en varios estados hay escuelas que cierran el primer día de la temporada de caza. En Nueva York, California o Massachussets muchos miran esa realidad perplejos. La mayoría de los norteamericanos está preocupado por la violencia, cree que es demasiado fácil comprar un arma y que las leyes deberían ser más estrictas. Pero, a su vez, la mayoría se opone a prohibirlas. Y al hablar de controles, la brecha es clara: ocho de cada diez republicanos cree que es más importante proteger "el derecho a poseer armas" que controlarlas, según el Centro Pew. Sólo dos de cada diez demócratas piensan lo mismo. La expansión del monitoreo del FBI a las ventas es una de las pocas medidas que despierta un consenso unánime: el 94% la respalda, según una encuesta de la Universidad Quinnipiac.
Aun cuando las estadísticas muestran una evidente correlación entre la cantidad de armas y el número de muertes provocadas por un arma, algunos descreen que más controles signifiquen menos muertes. Citan un dato: la mayoría de las muertes se producen por suicidios. "Hay millones de dueños de armas responsables en todo el país", afirma Tom, y agrega: "Siempre habrá un criminal en algún lado, y mañana te puede atropellar un tren o un camión".
Rafael Mathus Ruiz / La Nación