El colombiano Eduardo Salcedo combate la creciente complejidad de las tramas delictivas con tecnología: inteligencia artificial, herramientas de visualización. Ha investigado la trata de mujeres del Este, el tráfico de rinocerontes en Sudáfrica, la corrupción de Fujimori en Perú... "La justicia tradicional está obsoleta", critica.
El filósofo del crimen persigue redes globales de malhechores. Sus investigaciones combinan teorías filosóficas con técnicas de inteligencia artificial y el uso del big datapara desenmascarar tramas de corrupción, tráfico de drogas y procesos de infiltración criminal en los aparatos del poder estatal. Así, el colombiano Eduardo Salcedo ha adoptado el apodo Sherlock Holmes del siglo XXI. Su objetivo: «Atraer la atención sobre un trabajo tan incomprendido como necesario».
El día que intentamos contactar con él está en Irak, donde colabora con el proceso de justicia transicional tras la guerra. Cuando por fin podemos hablar por Skype contesta desde Guatemala: allí trabaja con la Fiscalía en un caso de corrupción del que no puede hablar por una cláusula de confidencialidad. Durante el último año ha viajado además por EEUU, Colombia, Brasil, Argentina y México: «En realidad, desde hace tres años vivo en Tampa (Florida), gracias a una beca que gané para personas con habilidades extraordinarias o algo así, un nombre súper chistoso».
Sus investigaciones le han llevado a los lugares más recónditos del mundo, emulando las intrépidas aventuras del reportero Tintín: en Bulgaria investigó la explotación de personas en la frontera de Europa del Este; en Sudáfrica, el tráfico de cuernos de rinoceronte; en la República Democrática del Congo, el contrabando de coltán y en Colombia, el de oro; en Perú la corrupción durante el gobierno de Fujimori... Estos trabajos están recogidos en series como The Traffickers, de la productora Fusion, y en libros como Narcotráfico, corrupción y estados (Debate, 2012) y Macro-criminalidad(iUniverse, 2016).
Salcedo nació en Bogotá en 1981, donde estudió Filosofía con una maestría en Ciencia Política en la Universidad de los Andes. En 2003 decidió investigar sobre las tendencias del crimen en Colombia y en 2010 creó la fundación Vortex con el también colombiano Luis Jorge Garay, doctor en Economía por el Massachusetts Institute of Technology (MIT). «Comenzamos a interesarnos por el enfoque internacional», recuerda. «Nos dimos cuenta de que la justicia tradicional está obsoleta: no está preparada para investigar los nuevos casos de corrupción y de crimen transnacional».
Pone un ejemplo: el caso Lava Jato, uno de los escándalos de corrupción más graves en la historia de Brasil, que se hizo público en 2014. Una compleja red robó más de 2.600 millones de euros con operaciones de lavado de dinero. «El cerebro humano tiene barreras», se arranca. Cita al antropólogo Robin Dunbar, que fijó en 150 individuos el límite de la estructura social que un ser humano puede abarcar. «Imagínate la labor utópica de un fiscal y un juez en casos como éste, donde hay involucrados 800 actores entre empresas y personas».
Su equipo ha desarrollado algoritmos capaces de hacer barridos en bases de datos inmensas (el ya célebre big data) para comprender el funcionamiento de redes criminales y el papel que jugó cada cómplice. A partir de ahí, trabajan con herramientas de visualización para simplificar los resultados. Sus gráficos sobre el caso Lava Jato en Brasil (las conclusiones están a punto de salir a la luz) o sobre la Familia Michoacana, una organización dedicada al narcotráfico en México, no sólo impresionan, sino que arrojan luz sobre el inmenso trabajo de investigación que hay detrás. Además de la fundación Vortex, Salcedo ha colaborado con la fiscalía y los jueces de distintos países, ha asesorado a gobiernos y ha trabajado con Transparencia Internacional, el Centro Internacional de Justicia Transicional y Humanitas, entre otros.
«La definición antigua sobre corrupción ha cambiado: ya no hay criminales que lideran una estructura piramidal, sino nebulosas que interaccionan entre sí para cometer un entramado de crímenes», explica el filósofo del crimen, un sobrenombre con el que le citan en publicaciones especializadas como Philosophy Now. «Me di cuenta cuando estudié la infiltración masiva de grupos narco-paramilitares en la política colombiana. Entre 2002 y 2006 el 40% de los congresistas electos en el país tuvieron relación con estas fuerzas mafiosas».
¿Ha sufrido amenazas?
Afortunadamente, no de manera directa. Trabajo con cuidado, sigo unos protocolos muy estrictos de seguridad cuando viajo. No hay ningún respaldo institucional en caso de que lo necesite.
¿Ha tenido que abandonar alguna investigación?
Colombia desgasta. Demostramos colaboración entre paramilitares y el Estado, pero el estudio quedó sepultado en la Fiscalía. Tenemos las pruebas, pero no se le prestó atención.
Dice que el objetivo de sus investigaciones va más allá de lo teórico: «Queremos que tengan un impacto real, que cambien las cosas; si no se traduce en algo útil para el sistema de justicia es inútil para nosotros».
El trabajo de Vortex no encaja ni en la filosofía ni en el campo científico: su disciplina híbrida entre la neurociencia, el análisis de redes sociales y la inteligencia artificial aplicada a los datos es algo todavía novedoso, casi inédito en el mundo de la investigación de crímenes transnacionales. «Somos conscientes de ello», admite. «Mantengo una pelea con universidades e investigadores que no entienden la importancia de estas técnicas en los sistemas de justicia nacionales».
No tienen oficina, sino que funcionan a través de una red de colaboradores (muchos voluntarios) de diversos campos: sociólogos, filósofos, antropólogos, periodistas, lingüistas, economistas y abogados que investigan «lo que no cabe en las facultades tradicionales».
Navegar en aguas de nadie les ha cerrado algunas vías. «La financiación es una pesadilla. Hemos conseguido ayuda del USAID (la agencia de EEUU para el desarrollo) y de la Open Society del filántropo George Soros pero no tenemos mucho éxito porque consideran nuestras propuestas demasiado experimentales», reconoce Salcedo. «Nos preguntan por qué no funcionamos como una empresa y vendemos nuestro software para sacar plata, pero no nos mueve el ánimo de lucro».
Recientes escándalos internacionales han propiciado colaboraciones entre fiscalías. Son casos como Lava Jato, los Papeles de Panamá o la Operación Lezo, la trama en América del Canal de Isabel II. «Es algo inédito, antes sólo había operaciones internacionales entre las justicias en casos de narcotráfico. Pese al avance, todavía son insuficientes», lamenta Salcedo.
Denuncia «luchas de poder» entre gobiernos y «secretismo de información» en las fiscalías. «Es muy frustrante comprobar la debilidad de la justicia ante fenómenos monstruosos de macro-corrupción que cada vez van a ser más comunes. Hace falta voluntad política para que esto cambie».
«Investigar sólo a criminales es una estupidez. Para operar necesitan dinero y apoyo que sólo pueden brindarles banqueros, empresarios y políticos. Sin eso el crimen transnacional no podría existir».
Aunque a veces es el poder quien trata de silenciarle: se ha encontrado con gobiernos que han bloqueado sus pesquisas: «No están interesados en destapar los crímenes que están enquistados en sus propias estructuras».