'Bizarra' en los dos sentidos en los que usamos esa palabra: no sólo es un área rarísima, sino que además es solo apta para los más valientes. Jugar con el planeta no es algo apto para estómagos sensibles.
Hablamos de instalar reflectores espaciales a modo de persianas planetarias o de inyectar partículas en la atmósfera para enfriar el planeta imitando el efecto de las grandes erupciones volcánicas. Son proyectos enormes, peligrosos y, por ahora, inviables que sólo están encima de la mesa como arma de último recurso.
Un poco de sensatez en el mundo de la geoingeniería
El problema que tiene la geoingeniería "es que para descubrir sus consecuencias no podemos hacer un experimento a escala planetaria sin desplegar realmente la tecnología", explica Solomon Hsiang, profesor asociado de Política Pública de Berkeley. El problema o la suerte, claro. Porque a medida que estudiamos las ideas más populares entre los ingenieros climáticos, los problemas se van acumulando.
Como dice Hsiang, el papel lo aguanta todo y solo podemos tener información real "estudiando los efectos de los fenómenos naturales que la geoingeniería intenta copiar". Precisamente eso es lo que ha hecho. Nature acaba de publicar un estudio de su equipo de investigación en el que se explica que no es oro todo lo que reluce.
Aunque podríamos enfriar el planeta inyectando partículas en la atmósfera, eso no resolvería otros problemas. El análisis realizado por investigadores de Berkeley analiza los efectos reales que han tenido las erupciones volcánicas y, sobre todo, la respuesta de los cultivos a los cambios en la luz solar. Según sus conclusiones, bajar la temperatura conllevaría una caída de productividad agrícola difícil de compensar.
El remedio y la enfermedad
"Cubrir el planeta mantendría las cosas frescas y, teóricamente, ayudaría a que los cultivos crecieran mejor. Pero las plantas también necesitan luz solar para crecer, por lo que bloquear la luz solar puede afectar el crecimiento", explicaba Jonathan Proctor, autor principal del estudio e investigador del Departamento de Economía Agrícola de Berkeley. "Para la agricultura, los problemas involuntarios de la geoingeniería solar son de igual magnitud que los beneficios".
La erupción del volcán filipino Pinatubo en 1991 es un buen ejemplo. Entonces, se inyectaron 20 millones de toneladas de dióxido de azufre en la atmósfera. Eso redujo la luz solar en aproximadamente un 2,5% y bajó la temperatura global en aproximadamente medio grado Celsius. Sin embargo, si nos fijamos en la producción de maíz, soja, arroz o trigo podemos ver que la producción se derrumbó.
"Es similar a usar una tarjeta de crédito para pagar otra tarjeta de crédito: al final del día, terminas donde comenzaste sin haber resuelto el problema", explicaba Hsiang. Y solo se trata del primer estudio que utiliza datos reales para modelizar los efectos de una geoingeniería que, cada vez, parece más lejana. Supongo que, por ahora, es mejor no confiar en que podremos solucionar todo en el último minuto.