La entrada de la cueva de Baishiya Karst se encuentra cerca de la base de un enorme peñasco en el límite de la meseta del Tíbet. Hileras de coloridas banderas de plegarias atraviesan la pálida faz de esta ubicación sagrada donde los tibetanos se retiran para rezar y recuperarse de enfermedades. En 1980, dentro de los confines fríos de la cueva, un monje local se topó con algo inesperado: una mandíbula y dos dientes enormes que, pese a parecer humanos, no se parecían a los de los humanos actuales.
Un estudio publicado en Nature revela información sobre esta mandíbula antigua. Un análisis detallado de sus rasgos físicos y de las proteínas extraídas del fósil sugieren que la mandíbula, que data de hace 160.000 años, pertenece a la enigmática población humana conocida como denisovanos, un grupo emparentado con los neandertales que se ha identificado a partir de los escasos restos hallados en una sola cueva del macizo de Altái, en Siberia.
«No me podía creer lo que me contaron [mis colegas]», afirma Dongju Zhang coautora del estudio de la Universidad de Lanzhou, China. «Me emocionó mucho».
La emoción de Zhang está justificada: el hueso de la mandíbula, conocido como mandíbula de Xiahe por el condado de China donde se descubrió, llena un vacío en nuestra comprensión de este misterioso pariente humano. Aunque los únicos restos de denisovanos conocidos hasta ahora procedían solo de la cueva homónima de Denisova, en Siberia, hay humanos modernos que viven en Asia y Australasia que portan ADN denisovano en sus genomas. El hallazgo de la mandíbula de Xiahe en un lugar a más de 2.200 kilómetros de esta cueva siberiana confirma que los denisovanos se adentraron mucho más en el continente.
Se cree que cuando los ancestros de los denisovanos se separaron de sus parientes neandertales hace casi 400.000 años, se adentraron en Asia, mientras que los neandertales se expandieron por Europa y Asia occidental. Los humanos modernos abandonaron África hace unos 200.000 años, primero como un goteo y más adelante en oleadas. Finalmente, se encontraron y se cruzaron con neandertales en Oriente Medio. Los que se dirigieron al este, a Asia, se aparearon también con los denisovanos que residían allí.
Esta huella denisovana ayuda a los sherpas y los tibetanos modernos a adaptarse al aire enrarecido del «techo del mundo». Pero hasta ahora solo se habían hallado pruebas de denisovanos a altitudes relativamente bajas: la cueva de Denisova se encuentra a solo 700 metros sobre el nivel del mar. La mandíbula de Xiahe, descubierta a unos 3.280 metros de altitud, es la primera prueba física de que los denisovanos se aventuraron a la misma altitud que los humanos modernos portadores de la adaptación genética a entornos con escasez de oxígeno. Con 160.000 años de antigüedad, la mandíbula cuadruplica en edad a las pruebas más antiguas de actividad humana en el desafiante clima de la meseta del Tíbet, lo que destaca la increíble resiliencia de nuestros antiguos parientes.
«Gracias a este estudio, estamos “acorralando” a los denisovanos», afirma por email María Martinón-Torres, directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana. «El retrato es cada vez menos borroso».
El monje y la mandíbula
Aunque la mandíbula se descubrió en los años 80, los investigadores comenzaron a estudiarla tres décadas después. En 2010, Zhang, de la Universidad de Lanzhou y recién doctorada, llegó a los restos del extraño homínido ante la insistencia de su tutor Fahu Chen, que dirigió el estudio, y su colega Guangrong Dong, también de la Universidad de Lanzhou.
En primer lugar, tuvieron que descubrir dónde se había hallado la mandíbula. El monje anónimo que se topó con el antiguo hueso se lo dio al sexto buda viviente de Gung-Thang, una figura eminente que se considera la reencarnación de los individuos pasados que ostentaron el título. Pero el monje no mencionó el nombre de la cueva donde había encontrado el fósil.
El equipo redujo las posibilidades hasta una sola: la cueva de Baishiya Karst, en el condado de Xiahe, cuyo nombre significa «acantilado blanco» en cantonés. Las excavaciones posteriores en la cueva revelaron huesos de animales grandes con marcas de cortes y herramientas de piedra. Zhang cuenta que aún se están analizando estos artefactos, de forma que aún no se puede determinar si el grupo de denisovanos representado por el fósil fabricó las herramientas o dejó las marcas de dientes en los restos de fauna.
«Nos lleva mucho tiempo hacerlo paso a paso», afirma Zhang sobre el proyecto.
El análisis de la mandíbula reveló más sorpresas. Su morfología sugiere que no pertenece ni a un Homo erectus ni a un Homo sapiens, cuyos restos están bastante extendidos por Asia continental. La forma de su hilera de dientes, por ejemplo, no está alargada, como ocurre en los H. erectus. Y la mandíbula carece de mentón, un rasgo singular de los humanos modernos. Lo más revelador fue el tamaño de los dientes, similar al de los dientes hallados en la cueva de Denisova y que portan ADN denisovano.
«Creo que cumple bastante bien con la morfología esperada», afirma Bence Viola, paleoantropólogo de la Universidad de Toronto y experto en la morfología de fósiles denisovanos. «Se parece a lo que habríamos esperado».
Para confirmarlo, los investigadores intentaron extraer ADN de la mandíbula fosilizada. Cuando el análisis reveló que el ADN antiguo se había degradado, recurrieron a una herramienta molecular más duradera y menos sensible: las proteínas construidas a partir de los códigos de ADN.
Los investigadores extrajeron proteínas de la mandíbula y la dentina. A continuación, emplearon una enzima para cortar las proteínas en líneas cortas para identificar los aminoácidos codificados por el ADN. En general, según Frido Welker, especialista de la Universidad de Copenhague en proteínas de homínidos antiguos y director de esta fase de la investigación, las proteínas de la dentina se parecían más a las de los denisovanos de Altái que a las de los neandertales o a los humanos modernos.
«Me encanta la forma en que se han combinado técnicas revoluncionarias para que los muertos hablen», afirma Martinón-Torres, que no participó en el estudio. «La paleogenética fue una revolución en el campo de la paleoantropología y ahora la proteómica constituye otra frontera de la investigación que abre la puerta a dimensiones imprevisibles de conocimiento».
En busca de fantasmas denisovanos
Sin embargo, lo que pueden revelar las proteínas tiene sus limitaciones. Los denisovanos presentaban una cantidad de diversidad asombrosa. Un estudio publicado a principios de este año sugería que lo de que denominábamos denisovanos podrían ser en realidad tres linajes genéticos diferentes, uno de los cuales difiere tanto los denisovanos como estos de los neandertales. Pero la similitud de las proteínas entre grupos y generaciones dificulta señalar con precisión lo similar que es el dueño de la mandíbula a estos tres linajes de denisovanos, o si pertenecía a otro grupo relacionado.
«Esta mandíbula, de una u otra forma, encajará en esta historia», afirma Welker.
El tentador vínculo que establece la mandíbula entre el que se consideraba un grupo de humanos de baja altitud y su misterioso papel en las adaptaciones modernas a la altitud también sigue siendo confuso, según explica Emilia Huerta-Sánchez, genetista de poblaciones en la Universidad de Brown y autora principal del estudio de 2014 de Nature que identificó el vínculo genético por primera vez.
«Concuerdo con los autores en que puede que este grupo de homínidos estuviera adaptado a la altitud», afirma. «Pero no creo que lo sepamos con seguridad».
Huerta-Sánchez explica que los ajustes genéticos que se consideran que ayudan a los tibetanos modernos a prosperar en entornos con escasez de oxógeno no forman parte de una secuencia que codifique proteínas, sino que controlan la cantidad de una proteína en particular que se fabrica. Aunque la mandíbula se halló en una zona con bajos niveles de oxígeno, sin el ADN los científicos no pueden estar seguros de que el dueño de la mandíbula fuera portador de la adaptación para sobrevivir en aire enrarecido.
«Pero quiero que sea cierto», afirma Huerta-Sánchez con voz melancólica.
¿Otros denisovanos?
Aunque aún quedan muchas incógnitas, los científicos están emocionados por otras pistas que podría albergar la mandíbula y que podrían ayudar a comprender la evolución humana en Asia. Por ejemplo, Martinón-Torres, que ha estudiado ampliamente el registro fósil asiático, explica que el fósil podría utilizarse para identificar a otros denisovanos de la cantidad creciente de fósiles de homínidos hallados en Asia que no encajan del todo en las ramas conocidas de nuestro árbol familiar cada vez más frondoso. Por ejemplo, un molar de tres raíces en la mandíbula es similar al de un diente de una mandíbula descrita anteriormente conocida como Penghu 1, lo que apunta a que quizá podría tratarse de otro denisovano.
El estudio también ha picado la curiosidad de otros investigadores sobre lo que podría ocultarse a esa elevación. «Las altas montañas de Asia son muy desconocidas», afirma Viola. «La gente solía asumir que allí no vivía nadie».
Viola estudia uno de los pocos yacimientos de homínidos a gran altura identificados hasta la fecha, la cueva de Sel’ungur, en Kirguistán, que está a unos 1.900 metros. Sus colaboradores y él siempre pensaron que los restos de la cueva pertenecían a neandertales, pero este nuevo estudio le ha hecho reconsiderarlo.
«Quizá fueran denisovanos», dice.
National Geographic