A los 99 años falleció el destacado artista plástico Héctor Otegui, quien vivía en Barrio Alberdi y desde donde desarrolló gran parte de su extensa trayectoria, inspirándose en el barrio, donde hoy se encuentra su museo.
A lo largo de la existencia de esta web varias veces entrevistamos al pintor, por ello recordamos una de las notas publicadas que retratan a este hombre maravilloso que dejó una huella profunda en todos los corazones de grandes y niños.
“Mi padre tenía la satisfacción de que todo Río Cuarto lo quería”, dijo Adriana Otegui, hija del gran artista plástico.
Consideró que la figura de su padre siempre estuvo vigente por el contacto permanente que tuvo con la gente.
Pinceladas de vida…
Hay personas que son muy talentosas. Hay personas que, además de ser talentosas, tienen el don de enseñar lo que saben hacer. Otras, también, acompañan esa dosis de talento con una buena porción de bajo perfil. Héctor Otegui cumple con todo lo anterior.
“No soy un bandido. Soy como somos todos” comienza Otegui a narrar dejando entrever a un personaje que tiene mucho por contar. Él se autodefine como pintor y escultor, pero se sabe que es mucho más que eso.
A pesar de su sordera, ha alcanzado la novena década de su vida coloreando no sólo su propia vida, sino también la de muchas personas. Hector Otegui, un personaje que tuvo tantas profesiones como anécdotas en su vida.
Nació el 13 de mayo de 1920 en Pergamino, provincia de Buenos Aires, pero se considera riocuartense por adopción. Su padre, de profesión ferroviario era de descendencia vasca y su madre hija de piamonteses. “Mi familia siempre estuvo ligada al arte. Mi madre solía hacer unas flores de papel muy hermosas, y mi hermano y mis primos eran cantores” reflexiona el pintor sobre su heredado talento artístico.
“Nunca me costó dibujar y pintar. En la escuela, las maestras me llevaban de un grado al otro para que pintara cabildos y escarapelas. También solía ir al río ha esculpir las barrancas o salía a las calles a pintar lo que veía” recuerda Otegui con una mirada que parece que reprodujera lo que narra.
¿Que tienen de especial sus cuadros?
No lo se. Creo que a la gente siempre le gusto lo que he pintado. Pinte mucho sobre mi ciudad de Río Cuarto, mi barrio Alberdi, mis sierras…
¿Con que se inspira?
Siempre los pintores pensamos en ir a un lugar. Se necesitan buenos lugares para inspirarse, donde la luz penetre entre los árboles por ejemplo. Pero pintar es como todas las cosas: a veces uno va con mucho entusiasmo y no se hace una buena obra. Otras veces va casi sin ganas, y sale algo muy bueno.
Sus pinturas muestran paisajes, ¿por qué?
Siempre salía por las calles a pintar lo que veía, los árboles, las casas. “Río Cuarto mi ciudad (narra un poema de su propia autoría) pinté todas tus callejas, desde veredas y rejas. Viejas casas y portones que mostraban las heridas (...). Entre verdes, pastizales pinté frondosa arboleda, senderos que zigzagueaban manchados de luz y sombra (...). Todo lo hice con amor, viviendo gran aventura y hoy que no encuentro mis temas, en esta nueva ciudad, debo aceptar que yo también he cambiado, los dos hemos caminado y juntos se nos ha ido, tus verdes tiempos y el mío".
A los 20 años de edad, ingresa al taller del maestro Libero Pierini, para aumentar sus conocimientos sobre escultura, patinas y restauración. “Cuando lo conozco a Pierini, lo sorprendí. Con él hablábamos mucho de arte y yo lo quería como a un padre” afirma Otegui, quien inmediatamente confiesa una anécdota. “Una vez, él estaba haciendo un monumento que era un mujer que alzaba un ángel. Yo le dije que, mientras él hacía eso, yo iba haciendo la cabeza. Él no sabía que yo esculpía desde pequeño. Me miró asombrado y me dijo: Héctor no te metas a lo hondo, nunca te vi hacer nada de esto. Al otro día cuando vio la cabeza esculpida quedó asombradísimo”.
Como un imprevisto manchón de pintura sobre una obra de arte, la pérdida de su hijo y de su esposa han sido golpes muy duros para él. En cambio, el recuerdo de una noche fría en la ciudad de Rosario significa el momento más hermoso de su carrera artística. “Fui a esa ciudad a llevar una exposición, al que asistió el presidente de la Real Academia de San Fernando de Madrid acompañado por una gran delegación de pintores de España y Francia. Él, esa noche, hizo vender todas mis obras antes de que pudiera exponerlas, y salí en los diarios, porque nunca había sucedido eso en Rosario. En ese momento me otorgó una beca para estudiar en su país”.
Cuando de viajes internacionales se trata, Héctor Otegui se considera un “tipo con mucha suerte”: ha recorrido gran parte de América Latina y Europa con poco dinero en sus bolsillos pero con valijas llenas de talento.
Instalado en España, estudió restauración en la Real Academia por la beca otorgada aquella noche rosarina. “Allí en España, he hecho una infinidad de próceres para todo el país. Los maestros me traían las fotos y yo los hacía. Pero… ¡pobres próceres!... los maté a todos por segunda vez” recuerda chistosamente Otegui.
Además de pintor y escultor como se autodefine, Héctor fue escenógrafo en nuestra ciudad, Córdoba y Buenos Aires. Como si esto fuera poco, Otegui tiene aun otra habilidad: ser poeta.
“Iba a cuarto grado cuando le hice mi primer verso a mi mama para el día de la madre. Al escucharlo, ella me pregunto de quien era ese verso, y le respondí que yo lo había escrito. Ella, profundamente emocionada, me dió una cachetada” cuenta, señalando que continúa escribiendo todos los días. "Ahora escribo muchas historias sobre los chicos que viven en la calle, pero antes… (su rostro poco a poco, se torna picaresco) cuando era joven, le hacia muchas poesías a las chicas y ellas caían rendidas a mis pies. Yo no las perseguía, ellas me perseguían a mi" confiesa entre risas.
Héctor Otegui son de esas personas que, por la gran experiencia y su simpatía y bajo perfil, uno podría quedar horas escuchándolo. Padece de una gran sordera, pero entiende muy bien. Sin embargo, cuando una persona como él posee tantos talentos, no hacen falta oídos que escuchen bien, sino manos y una mente que anhele alcanzar metas, representando a la vez, la belleza de este mundo que Dios nos ha regalado.
Para hablar de Otegui hay que quitarse el sombrero. Si no se lleva sombrero para quitarse, hay que saber que estamos hablando de un grande. De un grande que parece pequeño. Y como dicen sus propios versos: la alegría del pintor está en sus temas. Cuando trata de pintar lo imaginado o tal vez lo visto, idealizado que con fervor. No habrá más veredicto que su público y no habrá concursos, medallas ni diplomas. Tan solo ellos le darán la pauta, si su quehacer vale o es una broma. ¿Cómo se da cuenta? preguntarán ustedes. Muy sencillo será adivinarlo: si se detienen ante cada cuadro o si pasan de largo sin mirarlo.
FELICES 90 AÑOS HÉCTOR OTEGUI!
Marcos Scodelari