La radio, sigue siendo para mí, una zona de confort, con todas sus vicisitudes. También lo es para mis compañeros. Hoy a más de medio siglo del centenario de su primera transmisión, sigo usando el mismo micrófono, mucho menos pero con igual intensidad. En la emisora viví tensiones y alegrías. Y disfruté de las criaturas buenas y malas que crié con mis entrevistas y análisis. Uno tranzó con las dificultades que hoy no lo son y asumí al oyente con empatía, poniéndome en sus zapatos, ayudándolo. La radio es formadora y servicio. Una emisora es una caja de resonancia que no deglutió la revolución tecnológica; se adecuó y aggornó. Es la de siempre, está viva; cuenta sobre las emociones de la vida, la realidad, las noticias y la música. Todo con sólo dos herramientas, la voz y las notas de un pentagrama. Ambas se valen del sonido.
Y viví y vivo algo que ya no existe: trabajar 50 años en un mismo medio. Era una cuestión de lealtad, más que una exclusividad. La utilidad contaba, se supone. Hoy se puede trabajar en más de uno y se retroalimentan los contenidos para los que escuchan. Yo soy idóneo, un universitario de abogacía inconcluso. Hoy -y es bueno- no se puede ser periodista sino se pasa por la Universidad. Una evolución positiva de la comunicación, suma capacidades.
Todo como siempre fue un proceso. Recuerdo en los ´80 a LV16, llegó la primera productora, con una envidiable agenda, como un avance para mi programa “Primera Edición”. ¿Quién era la productora porteña? Ana Solá, la entrañable feminista casera muy querida por las lectoras del diario Puntal. Por ese tiempo nació una hermana menor más musical como la FM Raquel, abarcando otro rango etario. El afán fue y es llegar a todas las generaciones.
La Cajita Mágica de la infancia me inspiró. Mi familia escuchaba Radio Carve de Montevideo para saber qué hacía cierto el primer peronismo. No intuía ser predestinado pero me conectaba una vibración. Tiene la radio ese poder caliente de transmitir vivencias y no la relegó la TV que apareció en 1951, transmitiendo la imagen de esa biblia peronista, el acto del 17 de octubre. En ese año nació la ex filial de Radio Belgrano, la ex Radio Ranquel bajo la batuta del pionero inefable Tulio Reyna. La radio en 100 años no se desvirtuó, se formateo. Está vivita y coleando. Acompaña e informa como hace un siglo pero mejor.
Yo viví una radio con Carlos Biset -su permisionario- y Julio Castellina -su director general- con inversión a riesgo en audiencia. Las coberturas políticas se hacían a puro costo sin ganancias desde cualquier lugar del mundo. Se transmitió desde el Salón Oval de la Casa Blanca, el Palacio de la Moneda en Chile cuando se fue Pinochet o desde Madrid informando el triunfo de Felipe González, tras el franquismo. También desde Malvinas y Brasil, la elección de Bolsonaro. La vuelta de Perón, la asunción de Alfonsín o la visita al Papa de un obispo, fueron otras coberturas inolvidables. ¿Cuál era el secreto? Que el periodista de todos los días le contaba con empatía un hecho lejano y extraordinario. Ofrecía un contrato de confiabilidad cotidiana.
Con un micrófono también conocí la censura, el miedo y la libertad que enseña. El oyente es severo pero también perdona. Di por muerto dos horas antes en el imaginable tráfago de las noticias, al Papa Juan Pablo II. El apuro por la primicia mata. Fue una enseñanza cruel. La noticia, la investigación y el comentario son y han sido una viga maestra de la emisora pero la programación de una radio no es solo eso. Es que en la memoria popular están acogidas otras joyas radiales, nuevas y de antaño.
El exquisito gusto musical de “Música Mil Diez” con Jorge Olivera, el fluido ida y vuelta con la juventud en “Dimensión 33”con Julio Girard o el acomodo nato de su voz a la melodía de Mabel Sánchez. La silueta canchengue del 2x4 fileteada por Alfredo Dilena, la creatividad picante de “La Vuelta del Perro” con Marcelo Arbillaga o el campero y clásico “Agro Matinal” de Facundo Varela. Y cuantos otros como “El Limón” Daniel Gauna de las mañanas y de las tardes, o el móvil del popular Rodríguez Etulain. Porque no incluir la hermana digital de la emisora: lv16.com. Son espacios que atesoran los oyentes.
Cada micrófono con su figura y su estilo. Y seguirán estando o están cada uno con su oyente como el libro -decía el genial Borges- que espera a su lector. Todos con su propia historia. En cuanto a mí -perdón por lo auto referencial- fui un privilegiado. Del centenario de la radio, la mitad de su aire centenario tuve un micrófono a mano. También 50 años de los 69 de Radio Cuarto. Hay algo de nostalgia en el relato, igual en que los que me leen. La vida me besó en la boca y la familia fiel, me acompañó. Pero del Siglo de la radio, en LV16 todos hemos sido hacedores, locutores, periodistas, musicalizadores, libretistas, publicistas, directivos y auxiliares. La radio que es el “teatro de la mente” se celebra a sí mismo. Y lo tiene merecido.