Las redes sociales son el espejo donde millones de adolescentes se autovaloran en función de los likes que obtienen. Pero esta 'evaluación continua' tiene un precio para muchos, el esfuerzo sobrehumano de aparentar ser quien no eres para gustar. Los expertos lo llaman 'el síndrome del pato'.
Los fans de Mafalda recordarán sin duda una de sus tiras en la que, tras oponer mucha resistencia, su padre accede por fin a comprar un televisor. Pero para 'minimizar el daño', le coloca encima, ingenuamente, unas plantas de hojas enormes que cubren totalmente la pantalla.
Si la viñeta se hubiese dibujado hoy, seguro que donde hay una tele habría un móvil conectado a Instagram o TikTok. Y los intentos del papá (el personaje de Quino nunca tuvo nombre) por que su hija no accediese a las redes sociales, serían tan puertas al campo como las hojas de aquellas macetas.
Como las que intentan colocar cada día los progenitores de dos de cada tres niños españoles de entre 10 y 15 años, que son los que tienen teléfono móvil en España. "Cuando hablan de qué podemos hacer los padres, pienso que somos una generación que ha tenido que lidiar con lo desconocido", explica I. C., de Madrid, madre de dos varones de 19 y 21 años. "Hemos tenido que ir adaptándonos a la tecnología en nuestro trabajo y también a la tecnología 'social', y desconocíamos el alcance que tendrían las redes y cómo impactarían en nuestros hijos. En mi caso, los consejos de las Escuelas de Padres y demás podían servir de orientación, pero hemos terminado yendo a ciegas. Porque, además, cada hijo es diferente, y los roles, y los amigos, y las redes que forman entre ellos".
UN OCÉANO DE PELIGROS DESCONOCIDOS
Así, aterrados por el acecho del grooming, el sexting o el ciberbullying, los celulares infantiles se han convertido en una auténtica pesadilla para los padres. Aunque hay otro riesgo, nada menor, aunque menos perceptible, que puede hacer estragos en la psicología del menor a largo plazo: una constante insatisfacción con la propia imagen para adaptarse a los estándares de belleza física o de estilo de vida que imponen de manera silenciosa pero implacable redes como Instagram.
"Mi hijo tiene 21 años, ha nacido con el siglo y el milenio, y ha crecido al tiempo que lo hacían internet y las redes sociales", explica I.C. "Con 11 años me pidió apuntarse a Tuenti y con 13 empezó en ask.com. Aquí, contestas a gente anónima que te pregunta cosas como '¿qué nota le das a fulanito o menganita?'. Como si fuera el juego de la cerilla o de la botella, con la diferencia de que no sabes quién te está preguntando. Ahí intervine. Se enfadó porque 'había cotilleado' su cuenta, y le expliqué que, si su cuenta era pública, cualquiera podía meterse. No solo yo, sino también sus profesores, los padres de la chica que le gustaba o de cualquiera de las que 'puntuaba'... Se trataba de explicarle los riesgos del anonimato (y la osadía que da al que la practica)...".
LOS NATIVOS DEL LIKE Y EL SÍNDROME DEL PATO
Los nativos digitales han crecido valorando a los demás, su aspecto, sus actos, a través de las redes sociales. Y ahora pensemos: si Instagram ha conseguido modificar comportamientos adultos, ¿cómo no va a tener una influencia decisiva en los adolescentes? "Mi hija de 13 años usa las redes, fundamentalmente para relacionarse con sus amigas. Amigas... a las que ve todos los días. Pero el intercambio de likes se ha instalado en sus vidas como antiguamente el de cromos. Y además, necesitas la aprobación 'pública' de toda la ropa que te pones o las actividades que realizas", explica D. N. desde Málaga.
Desde el Child Mind Institute de Nueva York, Rae Jacobson escribe que "para los adolescentes, el peso combinado de la vulnerabilidad, la necesidad de validación y el deseo de compararse con sus amigos origina una tormenta perfecta de baja autoestima". En las redes sociales estas personas jovencísimas aparecen siempre seguras, felices, relajadas y exitosas. Pero suele ser a costa de hacer tremendos esfuerzos para no decepcionar las expectativas de los demás.
Estos adolescentes sufren el conocido como 'síndrome del pato', expresión acuñada en la Universidad de Stanford y que se aplicaba originalmente a los estudiantes que luchan por sobrevivir a las presiones de un entorno competitivo mientras presentan la imagen del fresco y relajado californiano. Vamos, como un pato que visto desde fuera parece deslizarse sin esfuerzo sobre un río pero cuyas patas, bajo el agua, se mueven frenéticamente para mantener la compostura y que no se lo lleve la corriente.
Aunque el 'síndrome del pato' no está incluido en la lista oficial de enfermedades mentales (el famoso índice DSM-5 estadounidense), sí está ampliamente descrito, investigado y vinculado a problemas serios como la depresión y la ansiedad.
QUÉ PODEMOS HACER
La gran pregunta es si podemos mantener a nuestros hijos al margen de esta evaluación continua que son las redes sociales... sin sacarlos de las redes sociales. I. D. , desde Barcelona, vio como su hija de 12 años empezaba a sufrir nada más desembarcar en el universo social media: "En YouTube hizo unos cuantos vídeos. Y con los vídeos llegaron los comentarios, algunos buenos, pero la mayoría destructivos. Nos los enseñó y decidimos moderar los comentarios, verlos antes de autorizar su publicación. Al tercer o cuarto video, mi hija decidió dejar de publicar en YouTube".
La conclusión de esta madre: "Da igual lo que hagas, no los puedes proteger. Y ese tipo de relación con el exterior es dañina". Por eso cree que "más vale reforzar su autoestima y el respeto por los demás antes de darles un teléfono. Dar un móvil a un niño sin más es como echarlo a los leones. Es la ley de la selva. O se lo comen o sobrevivirá comiéndose a los demás".
Los expertos advierten, además, de que en este terreno pantanoso, las chicas 'juegan' con desventaja. Como explica la psicóloga clínica y autora Catherine Steiner-Adair -experta en el impacto de la tecnología en el desarrollo infantil-, en un artículo para el Child Mind Institute, "en la socialización, las niñas tienden más a compararse con otras personas, en particular con otras niñas, como forma de desarrollar su propia identidad, lo que las hace más vulnerables en este terreno".