Ojo de cerradura
Edición del 23 / 11 / 2024
                   
14/05/2023 00:00 hs

Una Anécdota

Río Cuarto - 14/05/2023 00:00 hs
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Un hombre y una mujer, una historia mínima, reflejo de la cruel realidad que muchas personas viven cuando las fronteras físicas y humanas se interponen en el camino de la urbanidad. Marcelo Arbillaga transita, con su poética, vivencias que duelen.

Un hombre sin piernas se cayó desde su silla de ruedas el miércoles por la mañana. Fue exactamente a las 9, en la esquina de Sebastián Vera y Constitución. Sus brazos no fueron capaces de amortiguar el tremendo golpe que por fin le llegó a la cara. Los transeúntes samaritanos se arremolinaron a ayudarlo, para que vuelva a sentarse. Una mujer anciana, intuyo su esposa, lo empujaba en la previa, dificultosamente por la vereda despedazada.
Nos importamos cada vez menos. Nos ignoramos, conscientes, en la jungla de la calle. Es una carrera loca por salvarnos. Pisamos cabezas.
Atrás, los pobres, los distintos, los locos, los “especiales” Adelante: Sálvese quien pueda. Los que lleguen, los sobrevivientes, los con suerte, los “vivos” esos que pensamos, nunca nos va a tocar. Es que si le pasa a uno nos pasa a todos.
El hombre de la silla ni se quejó, ni articuló palabra. Con una enorme dignidad de héroe vencido, se sacudió mínimamente los dobleces del pantalón arremangados cariñosamente y coronados por un alfiler de gancho. No dijo nada, el hombre viejo. Solo tragó saliva y miró hacia la panadería de enfrente como quien mira sin ver.
Un hilo de sangre fino se formaba en la frente sobre su ojo derecho. Se pusieron a esperar la ambulancia como quien espera su turno en la cola de Ecogas que casualmente está al lado. La señora lo peina, el hombre sangra y calla.
Esa mañana por fin venció todos sus miedos y se animó a salir a la calle. Su mujer lo alentó diciendo: “Dale viejo, el día está lindo. De paso, paseamos un poco.” Se mintieron sobre la silla que les duele y salieron a comerse la mañana. Con amor y paciencia disimularon los primeros percances de la aventura: La silla que pesa horrores, la cartera de ella que se descuelga caprichosamente de su hombro y le pega a él en la cabeza, la mirada siempre impune de los chicos y la indiferente de todos los demás.
Entre arengas cariñosas y caricias al pasar, ella le dice que todo está bien, que todo va estar mejor. Pero todo está peor. Ni la anécdota repetida de cuando se conocieron en el club logró distraerlo de la inminencia del desastre. Sus brazos no son los mismos. La fuerza los abandonó de a poco y el cordón le jugó una mala pasada. Definitivamente no pudo parar la silla. El hombre se fue de golpe hacia el suelo estrellando su cara con el pavimento más duro que nunca. La realidad no pide permiso. Solo está, solo es.
Mientras los vecinos levantaban a su marido, ella trataba de juntar su orgullo regado por el piso, su hombría, su pasado, y si acaso queda, algún rastro de la vieja normalidad de sus vidas. Confundida pegó los pedazos y trató de devolvérselos con cada caricia que le daba, con cada: “No es nada viejo”, que decía.
Si es. Es todo.
El hombre sin piernas espera golpeado que llegue la ambulancia y la mujer pide disculpas a los que pasan por la vereda y no pueden entrar fácilmente a la oficina de pagos. Es solo una historia mínima, en la ciudad que se engulle todo. Es un hombre digno y una mujer que se miente que no pasó nada.
 
Marcelo Arbillaga 
Comunicador
Jefe de locutores de LV16

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