Escribo desde la absoluta subjetividad porque lo que nos interpela nos moviliza, nos pasa por el cuerpo, nos transforma.
El 10 de octubre no fue un día más para los riocuartenses, en la hora de la siesta mientras un calor anormal de octubre hacia más lento el paso del tiempo, de repente una columna de humo negro se divisó desde distintos puntos de la ciudad.
Escuché en la radio sobre un incendio y hacia allá fui para tomar unas fotos, seguramente haríamos una nota del siniestro.
Mientras me acercaba al lugar del hecho mi corazón empezó a latir con fuerza, varias dotaciones de bomberos cortaban la calle, los curiosos de siempre alrededor y una voz interna suplicaba que no fuera la casa de una querida amiga, Laura Mazzoni.
De repente todo se nubló y sólo pude ver a Laura con un rostro aterrado diciéndome que su casa se estaba quemando.
De allí en más todo sucedió vertiginosamente, un vecino nos anticipó que desde su casa se observaba que la vivienda de Laura estaba absolutamente tomada por el fuego. Los bomberos entraban y salían, se descomponían del calor, el agua se compartía, la gente observaba con esa curiosidad insolente de querer saber qué pasaba y
Laura junto a su hijo mayor y su madre se derrumbaban como la casa que era consumida irreverentemente por el fuego.
Cuando los bomberos me autorizaron, entré a esa casa que había conocido hacía un tiempo, me horroricé, tuve miedo, el dolor, el espanto se sentían,
la casa había muerto y se había llevado todo, sólo había dejado que los animales sobrevivieran para que volvieran con su familia y algo todavía pudiera sentirse normal.
En esas horas oscuras de una tarde que ardía de luz, Laura Mazzoni y sus 4 hijos se encontraron con que no tenían nada de lo material que habían atesorado a lo largo de los años. Juguetes, libros de cuentos, dibujos que eran sus obras de arte, las fotos de los nacimientos, los recuerdos de los primeros trazos de los hijos, eso único que compartía Laura con sus 3 niñas Rosario, Lourdes, Monserrat de 10, 8 y 5 años y Salvador de 12 años.
Todo se fue en un par de horas y Laura me repetía
“cómo voy a hacer para levantarme, cómo sigo”.
Como si su voz hubiera sido un eco que retumbó en todos los que allí estábamos,
la noticia se propagó con la misma intensidad que el fuego tomó la casa y una cadena de favores mágica, que nos enorgullece a los riocuartenses, activó en una ayuda inmensa, magnánima.
Estoy tomando mates con Laura, es viernes feriado, estamos en la casa de su mamá, donde se receptan muchas de las donaciones, Lamadrid 1114, Laura tiene la mirada cansada, pero como una letanía no para de agradecer.
En este momento de su vida en el que todo se perdió la gratitud no para de brotar de sus labios, dice que la sabiduría en lo alto los protegió y nadie puede dudar de esa certeza que emana desde su alma.
Laura cuenta que la realidad de criar a sus 4 hijos, tratando de brindarles una educación de calidad, ser el sostén familiar y llevar adelante la casa venía siendo una tarea compleja, ella se llenaba el estómago de mates y las salidas a comprar ropa o juguetes no eran lo cotidiano para sus hijos, sin embargo quienes conocen a estos niños tienen la certeza de que son inmensamente amados y felices.
La literal destrucción de la casa abrió una línea de tiempo inesperada en la vida de estas cinco personas y el amor de toda una ciudad y región los cobijó y abrazó.
Desde cepillos de dientes, golosinas, ropa de todos los tamaños, dinero, materiales de construcción, incluso depósitos de otros países ingresaron a la cuenta para ayudar a devolver la casa a esta mujer que ella en sí misma es hogar de sus hijos.
Mira al cielo y cuenta que
este día de la madre se regalará volver a su casa, tiene que volver a mirarla a los ojos y despedirse, porque esta red única de gente que activó ante el dolor generó que un estudio de arquitectura lleve adelante la construcción de una nueva vivienda, junto a la ayuda de muchas empresas y personas que brindarán sus servicios para volver a poner paredes y techo a tanto amor de familia.
Laura sabe que no será fácil enfrentarse a los escombros, al hollín y el dolor que allí quedó plasmado, pero tiene la certeza de que la energía que le ha inyectado todo una ciudad y región la hace fuerte para comenzar a emerger de la oscuridad que la atrapó por un pedazo de tiempo.
-¿Cómo es rematernar desde las cenizas?
- Apelo a las fuerzas de mi corazón y mi alma, donde hay un ancla profunda que es despertada desde cada abrazo solidario, desde el aliento anímico para volver a empezar. Es entregarle al fuego lo que hasta hace unos días reservé para toda mi vida en mi cajón de los tesoros: sus rosarios y velas de bautismo, el primer juguete de cada uno, las mantas que tejí para arroparlos recién nacidos. Sus batitas, sus ranitas, sus huellas del pie de recién nacidos, las pinzas de sus ombligos, las pulseras de internación cuando fui a darles a luz, sus cuadernos de primer grado y sus primeros garabatos que estaban expuestos como si fueran obras de Dalí por toda mi casa. Sus dientes de leche y las cartitas del ratón Pérez. Era una casa de niños donde vivía yo como adulta. Maternar desde las cenizas es maternar en el amparo recibido de toda mi ciudad y de la zona.
-¿Qué se encuentra cuando se perdió todo?
-En un chasquido perdí todo y en un chasquido se multiplicó todo. Mientras el fuego y el agua se combatían dentro de mi casa y mi corazón se rompía afuera de ella, me encontré con mi ciudad, mi Río Cuarto me estaba abrazando, supliendo el dolor con amor, me encontré con el AMOR de frente, la compasión, la empatía, la solidaridad, el auxilio, el consuelo. Volví a la casa de mis padres dónde vive mi madre, con dolor y desarraigo con mis hijos, al mejor amparo. Sin nada y con lo puesto donde espontáneamente se presentaron cientos de vecinos con besos, abrazos, donaciones, dibujos y juguetes, alimentos y golosinas.
Me encontré con el amparo del colegio de mis hijos, la Dante Aliguieri, el amparo del grupo de Scouts al que forman parte mis niños, me encontré con la dulzura de los bomberos, que mientras luchaban contra el fuego y en medio del caos encontraron un rosario y me lo alcanzaron.
-¿Quién eras hasta el 10 de octubre y quién sos hoy?
-Hasta el 10 era la chica de las flores, por mi trabajo. Para mis afectos y el colegio era una mamá educando en soledad, invisibilizada, buscando ayuda en la parte judicial, ante una ausencia absoluta de parte del papá de mis hijos y de su familia. Fueron muchos meses que con mi mamá y mi hermana Velia tomamos la tarea de acompañar el crecimiento de mis hijos. Hoy mis afectos y la ciudad me acompañan ante semejante ausencia. Desde el 10 de octubre a la tarde, soy la chica de las flores, la chica a la que se le quemó la casa.
-¿Qué crees que pasó que convocaste a tantas almas?
-Creo que la ciudad sintió el inmenso dolor en mi pecho. Lo sucedido me transformó a mí, a mi familia y a la sociedad entera. Por eso gracias a los Bomberos, a Defensa Civil, por templanza con la que me trataron, a la Dante, a los Scouts, a mis amigas Caro Serra, Karina Elena, a Pedro Boni, a Luciano Lagioia y Lucy su mamá, mis vecinos que estuvieron antes que los bomberos tratando de auxiliar la casa, a los medios de comunicación, a los que ayudaron a buscar a mi perra, y a toda la sociedad en general porque han aliviado el dolor.
Antes de marcharme me dice, "en ese corazón de manzana donde vivo, donde perdí todo, allí habrá una casa que será de Río Cuarto, abierta a todos, porque tanto amor debe ser devuelto".
Me voy con la certeza de que Laura es un ave fénix, que como los dioses celestes, en su existencia, es capaz de vencer el curso del tiempo para renacer de sí misma.
Por Laura A. Pereyra