La consulta a un especialistas para saber por qué el trastorno es tan común en los tiempos que corren.
De un tiempo a esta parte no resulta raro escuchar que alguien padece de ataques de pánico. El trastorno que empezó a hacerse conocido hace unos años entre algunos pocos, hoy lo padece –en nuestro país- entre el 6% y el 8% de la población en algún momento de su vida.
Hace unos días, sin ir más lejos, la conductora Ernestina Pais anunciaba mediante un comunicado que se alejaba de la conducción de Desayuno Americano por padecer este trastorno, que la hace "fluctuar a momentos muy angustiantes".
"Hoy la situación en la que me encuentro compromete seriamente mi desarrollo dentro del programa", informaba Ernestina que, como muchos de quienes padecen este trastorno, debió abandonar su trabajo para dedicarse a su salud.
Es que el ataque de pánico suele "tomar" todos los aspectos de la vida de quien lo sufre. Es por eso que conocer sus síntomas para reconocerlo y tratarlo a tiempo es la mejor recomendación que puede recibir una persona en esta situación.
Imagine por un momento que es una noche encantadora, está cenando con su familia en un restaurante, es verano y corre una fresca brisa. Están conversando alegremente, la comida es exquisita, la situación no podría ser mejor. Cuando de repente se escucha un grito aterrador, "¡ladrones!" y en ese mismo momento usted siente la punta de un arma en su cabeza. Está paralizado del miedo, el corazón va a mil, le cuesta recuperar el aliento y puede sentirse mareado y débil, cree que podría realmente morir en ese momento. Su instinto lo único que quiere es salir corriendo, pero no puede, la desesperación lo invade.
Ahora imagine esa misma velada encantadora y el mismo pánico con toda esa activación corporal, pero esta vez, no hay ladrón que le apunte a la cabeza. Su corazón golpeando su pecho como un caballo a todo galope, sudoración, sensación de ahogo, dificultad para respirar, diarrea, temblores, inestabilidad, mareos, sensación de desmayo, escalofríos, sofocación, son algunos de los síntomas que podría sentir. Quiere salir corriendo del lugar, la desesperación lo invade. Es un gran desconcierto.
Esta es la experiencia de aquellos que sufren de ataques de pánico. Es que durante estas crisis, que suelen durar entre 10 y 30 minutos, la reacción física es similar a la que ocurre en una respuesta de alarma ante un peligro real, con la diferencia de que, en este caso, es desencadenada en ausencia de una amenaza concreta.
Y como si el pánico vivido hubiese sido escaso, queda además el temor a que vuelva repetirse. La persona se siente absolutamente vulnerable.
Pero el ataque de pánico es más común de lo que en general se piensa. Es una desregulación de nuestro sistema defensivo/adaptativo cuya emoción básica es la ansiedad, que en el ataque se dispara sola (sin estímulo), llegando a su máxima expresión (el pánico) en pocos segundos o minutos.
Vislumbre su cuerpo preparado para una situación de emergencia presto a atacar o a correr por su vida, volcando al torrente sanguíneo la mayor cantidad de hormonas posibles (cortizol, adrenalina, noradrenalina), dilatando sus pupilas para ampliar el campo visual, el corazón puede trabajar hasta cinco veces más rápido, y la sangre se retira de las funciones digestivas y va hacia las extremidades para poder correr o defenderse. La respiración se acelera ingresando mayor oxigeno que ayuda al sistema a mantenerse activo. Toda esta transformación en segundos.
A partir de esta experiencia la persona queda sensibilizada, con miedo permanente a que le ocurra de nuevo. La persona vive en constante miedo de volver a sufrir otro ataque similar al vivido y para evitarlo, comienza a alejarse de los sitios o situaciones que asocia a su malestar. Si alguien sufrió una situación traumática en un lugar rodeado de gente, seguramente quiera evitar las grandes concentraciones de personas y los lugares cerrados.
La persona comienza a organizar su vida en función de sus posibles ataques. Se afana por no pasar por situaciones nuevas que le generen vulnerabilidad, evita lugares en los que se sienta débil o no encuentre una salida fácil y rápida. Algunos sienten que no pueden alejarse de casa y de hacerlo sólo lo podrán hacer si alguien "seguro" los acompaña.
El intento de crear una vida más segura termina limitándola, la vida comienza a achicarse. Dejan de salir o lo hacen con mucho sufrimiento, dejan de hacer cosas nuevas, se quedan sólo con lo conocido, seguro y manejable. Incluso las situaciones más comunes y simples le resultan ansiógenas. Llevar los chicos al colegio, manejar por un camino desconocido, esperar en un consultorio, hacer la cola del súper pueden transformarse en tareas titánicas para alguien que esta tan atemorizado. Todas las áreas de su vida (la social, la laboral, la familiar) se ven afectadas.
El tratamiento médico
Cuando el panicoso recurre al médico (como es de esperar), este le enviará a realizarse los estudios correspondientes y al ver que todo está bien determinará que lo que tiene es estrés. A menudo, el médico indica algún psicofármaco para bajar la ansiedad, lo que ayuda mucho con la sintomatología. Aunque puede sentirse muy aliviado, los síntomas ya no están, pero esto no es suficiente para salir del circuito que lo llevo a que su sistema adaptativo colapsara.
Existe un tratamiento farmacológico que el paciente debe afrontar de la mano de un psiquiatra especialista en este tipo de medicación y trastornos y que en conjunto con la terapia adecuada podrán darles las herramientas necesarias para restituir el equilibrio.
Hay un tratamiento específicamente diseñado para este trastorno de ansiedad. Se trata de consultar a un psicólogo especialista en ansiedad y estrés para que realice un diagnóstico y evalúe el tratamiento a seguir. Es fundamental la evaluación de todos los factores que están involucrados: la neurobiología, el factor cognitivo-emocional, factores externos o ambientales, tipo de estrés, etc.
El psicólogo cognitivo desarrollará un tratamiento que demostró ser científicamente eficaz. Se trata de la terapia cognitiva-conductual. Cognitiva porque se trabajan los patrones de pensamientos y emociones. Conductual para realizar las técnicas de exposición gradual para enfrentar las situaciones evitadas. Corporal donde se practican técnicas de relajación muscular, control de la respiración y mindfulness. La parte farmacoterapéutica en la mayoría de los casos es imprescindible para acompañar este proceso. El panicoso debe comenzar a recuperar su vida y percibir cierto tipo de control sobre lo que le pasa. Evitando sufrir nuevos ataques que refuercen la ansiedad anticipatoria y la conducta evitativa, perpetuando así el circuito del miedo. El trabajo sobre estos cuatro pilares terapéuticos permitirán volver a calibrar el sistema regulando la ansiedad.
Si se está padeciendo este problema, la recomendación es buscar activamente un tratamiento focalizado en la ansiedad, que instruya en la autoregulacion para que la persona pueda seguir adelante con su vida.
Está científicamente estudiado que el 75% de los casos que son tratados con esta terapéutica evolucionan de manera visible. El paciente entre el primero y sexto mes de tratamiento, comienza a recuperarse. Este cambio tan marcado tiene que ver con que el cuerpo responde rápidamente, los síntomas comienzan a decrecer y el paciente recupera control sobre lo que le sucede.
Es importante señalar que no tratar el trastorno puede causar limitaciones cada vez más severas, como la dificultad para trabajar, la pérdida de red social incluyendo amigos y/o pareja. Como la mayoría de los trastornos que podemos padecer, con el paso del tiempo se instala y se agrava si no se lo trata en tiempo y forma. Aunque también están las personas que tuvieron un solo ataque en toda su vida sin volver repetirse. Cada uno tiene su particular modo de resolver y la terapia aporta las herramientas y el conocimiento profesional para lograr que su modo de resolver y sus recursos funcionen lo más eficaz posible y su calidad de vida cambie sustancialmente.