Claudia Judith Palma tenía 9 años, pero ayudaba a sus padres como una adulta. Vendía los bollos de pan que hacía su familia para colaborar en la escuálida economía de la casa, en la localidad salteña de Joaquín V. González. El sábado, antes de desaparecer y ser asesinada, la nena terminó de trabajar y le pidió a su madre si podía gastar $2 en golosinas en el almacén “Don Paco”.

“Le dije que sí. Ella era una persona que no se quedaba con plata de la venta. Era muy honrada ”, recordó Antonia Quiroga (34), en una entrevista en su modesta casa del asentamiento “Juan Pablo II”, junto a su esposo, Fabián Palma (32).

Los dos están convencidos de que los dos hombres detenidos el domingo, después de que la encontraran muerta en un terreno baldío, son los responsables del crimen. En principio se dijo que no tenían antecedentes, pero ayer trascendió que uno de ellos habría estado involucrado en dos intentos de abuso sexual y un robo. “Mi hija conocía a quienes la violaron y por eso la mataron”, aseguró Antonia.

Ayer fue apresado otro sospechoso, de 83 años, quien habría estado en la vivienda donde se cometió la violación y el homicidio. Una fuente judicial confió que el anciano “ al menos vio cómo sus amigos hicieron ingresar a la nena a la casa y se calló la boca ”. Este hombre, ante el juez de Metán que investiga el caso, Mario Dilascio, “no negó que hubiera estado tomando bebidas alcohólicas con los otros dos detenidos, pero dice que no recuerda nada más”.

El cuerpo de Claudia fue hallado al día siguiente de su desaparición, cuando dos nenas –hermanas gemelas– fueron a jugar a un terreno baldío. “El domingo me fueron a buscar a la finca donde estoy cuidando un potrero, a 100 kilómetros de mi casa. No me dijeron nada de lo que estaba pasando. Pero cuando me dijeron que mi hija había desaparecido, desde un primer momento pensé lo peor ”, reconoció Fabián.

El hombre añadió: “Cuando encontraron a mi hija, un policía me llevó para que la reconociera. Estaba acurrucada y de costado en el suelo, entre unos yuyos.

Le alcancé a ver su calza, baja hasta las rodillas, y dije: ‘Es ella’.

Y cuando quise arrodillarme para abrazarla, los policías me levantaron y no me dejaron que le diera un beso”.

Ayer, pasadas las tres de la tarde, unas mil personas realizaron una marcha pacífica encabezada por los padres y sus otros cuatro hijos –dos varones y dos nenas–, al grito repetido de “justicia”.

“El sábado por la noche, cuando ya habíamos encontrado la bicicleta en el almacén de don Paco, salimos a buscar a mi hijita por todas partes. Fuimos ya a la medianoche hasta el cementerio, y la buscamos a los gritos, revisando pedacito por pedacito el cementerio, y nada ”, contó Antonia.

La nena vendía los bollos de lunes a sábado. Los domingos era el turno de las empanadas que hacía su abuela y los alimentos de maicena que preparaba una de sus tías. Hasta el año pasado, salía acompañada de su hermano Ariel (12), quien dejó de hacerlo porque “le daba vergüenza”.

Desde entonces, sola al frente de las ventas, Claudia ideó una estrategia de trabajo para conseguir más clientes: salía de su casa, levantaba los pedidos cuando su madre iniciaba el horneado de los bollos de pan y luego los entregaba, “bien calentitos, como le gustaba a la gente”. Cuando terminaba su jornada, ganaba “entre $60 y $80, porque los vendía a $3,50 cada uno, pero había clientes que le pagaban $4”, señaló la mamá.