"La niña loba, crecida de la mano ávida del lucro, es la cultura hegemónica.
Acostumbrados a la sonrisa mediana, los consumidores de cultura en frasquitos, ¡Qué prolijos, bonitos son en un sitio de renuncia!
La política cultural, que no se opone a esa inercia de las políticas narcóticas, es la que sólo sirve para sacarse el tapadito y dirigirse a la gran teatro. La política oficial, se deja estar, va echando panza, se coloca sin parar a sus opositores.
Sobre la montaña de basura, que lleva el nombre de cultura, hay un verbo en plural que es una interjección que es cultura. Harta ya, de aquella niña loba que a veces es un banquero, otras una triste funcionaria, otras una profesorona de lengua, la cultura se nos va escurriendo.
Mientras tanto, los burócratas de bolsillo, del escenario, se preguntan: ¿será el ballet, el teatro, será el artista plástico? Y entonces, de esa bella tortuosidad, de esa impresionante salvajada de sentidos, de ese mirar con lágrimas, sólo quedará una entradita barata o a la gorra. Y ella, la verbal, la que se escurre, la que baila y se desliza, la que arde, se sentará en quietud a observarnos a andar descalzos y con hambre, buscándola".