Cuando llamaban, pedían hablar con su esposa, Elizabeth. Como Felipe suele estar más tiempo en su casa porque está jubilado, siempre le tocaba atender a él. “Cada vez que les contesté el teléfono, me identifiqué como el esposo y les dije que no teníamos interés en ninguna promoción de ningún banco”, cuenta.

Sin embargo, dice, las llamadas no pararon. Un martes llamaron a las 10 y, muy enojado, Felipe le pidió a la persona que hablaba que no me llamaran más.

La solicitud tuvo efecto apenas 60 minutos: una hora después volvieron a comunicarse y, al borde del insulto, Felipe preguntó por qué seguían llamando. “Por primera vez, me dijeron que hasta que no hablaran con la persona de la lista, es decir, mi esposa, no iban a dejar de llamar. Yo les dije que ella no había pedido estar en esa lista, que lo que hacían era invasivo y que dejaran de molestar”, agrega Felipe.

Sin embargo, ese mismo día, llamaron por tercera vez, a las 19. Felipe cuenta el diálogo que mantuvo con la señorita del banco:

–Señorita: Hola ¿está la señora Elizabeth?

–Felipe (con su voz natural): ¿Por qué motivo la llama?

–Señorita: Es para comunicarle una promoción del Banco X. ¿Está ella?

–Felipe (de nuevo con su voz natural): Sí, soy yo.

–Señorita: (silencio)

–Felipe: Es que acabo de hacerme una operación de cambio de sexo y mi voz está distorsionada. Contame cuál es la promoción.

–Señorita: Disculpe. Bueno, el banco le ha otorgado dos tarjetas, de crédito y débito, que están a su disposición

–Felipe: Lo siento, querida, pero ya tengo banco y no tengo interés ni necesidad de ningún servicio bancario, así que no me llamen más.

–Señorita: Bueno, de todas maneras, muchas gracias, señora.

Felipe y Elizabeth no volvieron a recibir llamadas de ese banco.


Fuente: LAVOZ.com.ar